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Una mirada con perspectiva a la Participación en las Ganancias de las Empresas en Argentina

La discusión instalada en la Argentina sobre el derecho de los trabajadores a percibir una participación en la ganancia de las empresas se inscribe en la larga lucha del movimiento obrero por dignificar su condición laboral y en la discusión sobre los límites y potencialidades del Capitalismo. Sin embargo creo que es una discusión que abarca un tema mas elemental, el de la superación de una sociedad donde unos pocos viven del trabajo de unas mayorías desposeídas; las condiciones materiales de nuestras sociedades nos permiten, por primera vez en la historia de la humanidad, pensar en un mundo donde todos tengan un lugar que no sea el de trabajar forzadamente para otros para poder subsistir.

Desde la Revolución Urbana la civilización ha reunido, entre otras cosas, dos aspectos en su estructuración: la jerarquización social y la explotación del trabajo de las mayorías por parte de unas minorías. Esta característica ha sido estudiada desde diversas disciplinas y por notables pensadores durante toda la historia de la civilización pero particularmente a partir del Iluminismo con el nacimiento de las ciencias modernas. La justificación de ambos aspectos, en cada época, estuvo construida sobre elementos ideológicos que resultan extraños o incluso absurdos al observador ajeno a dichas culturas tanto si fueron contemporáneos como, más aún, si vivieron luego de que las mismas sufriesen grandes cambios. La abolición de la servidumbre, de la esclavitud moderna, de la opresión de género o de casta fue vivida por sus contemporáneos como un proceso de liberación que implicó fuertes resistencias por parte de las estructuras y personas que se beneficiaban de estas formas de explotación; pero también implicó un profundo debate y construcción ideológica dentro de una cultura que debía repensarse y liberarse de prejuicios que habían sido naturalizados. Estos prejuicios o preconcepciones parecían tan naturales anteriormente que resultaba absurdo cuestionarlos, tan absurdo como resultó a las generaciones sucesivas el hecho de su mera existencia; esto nos habla de la fuerza que tienen nuestras creencias sobre nuestra percepción de la realidad.
El Capitalismo se construyó durante estos dos siglos sobre los mismos mecanismos de jerarquización y explotación del trabajo; para los observadores de sus orígenes, entre los que se destaca Karl Marx, la explotación brutal del trabajo que implicó su desarrollo resultaba absurdamente inhumana y muchos se preguntaron qué desenlace traería y cómo podrían pensarse estos sucesos para introducirlos en la óptica evolucionista de la humanidad en camino hacia un futuro perfecto que el Iluminismo había preconizado y que los logros materiales e ideológicos obtenidos secundaban. Justamente Marx intuyó una creciente contradicción entre el aumento de la productividad humana y, por ende, de la capacidad de riqueza material per capita de la civilización, y la explotación -para su óptica- crecientemente feroz del trabajo. Esta intuición y el espíritu evolucionista de época le llevó a prever una revolución liderada por las mayorías desposeídas en un mundo materialmente rico que instaurarían este futuro idílico que desde el Iluminismo parecía inevitable. El Capitalismo enfrentó, desde entonces, sucesivas crisis alimentadas, si se me permite simplificar, por la contradicción entre los procesos de concentración de riqueza y la necesidad de los mercados de expandirse para continuar creciendo. Durante estas crisis los más golpeados evidentemente fueron siempre las mayorías explotadas que se vieron movidas, para subsistir, a abandonar su resistencia pasiva y buscar activamente alterar los procesos sociales en pos de mejorar su condición; en este contexto, como siempre que el imaginario de lo cotidiano se resquebraja, surgieron nuevas perspectivas sobre el orden social que se alimentaron de las experiencias de las generaciones precedentes. Muchos de los protagonistas de estas crisis pensaron que las muchedumbres movilizadas eran el preludio del movimiento revolucionario que Marx había previsto y en parte lo fueron pues muchos de identificaron con su “profecía” aunque, hasta el momento, no surgió nunca la forma política por él descrita: el comunismo.
El Capitalismo ha demostrado su capacidad para reorganizarse en su estructura, jerarquía y mecanismos de explotación y, así, superar cada crisis de su corta historia aunque nunca pudo, hasta el momento, superar su contradicción inherente y menos aún, el estigma social que la humanidad arrastra desde la Revolución Urbana: la explotación del trabajo de una mayoría por parte de una minoría; de hecho nos acostumbramos a ella, la naturalizamos, hasta nos parece absurdo una situación en la que no exista. En cada crisis el Capitalismo ha avanzado en el reconocimiento de los derechos a una participación más justa en la riqueza aunque se convulsionó violentamente siempre que esta participación implicara un cuestionamiento de la asimetría en la concepción del derecho de propiedad entre el propietario del emprendimiento y el trabajador. El preconcepto esencial de nuestra forma de explotación consiste, contra toda lógica y argumentación, en no reconocer al trabajador como copropietario de la producción. Esto es así porque la explotación en el Capitalismo se sustenta en el hecho de que, como Marx y otros agudamente señalaron, el trabajador es alienado en su tarea, se le niega su condición de productor y se le considera solo un costo de la misma. De hecho, en el lenguaje común, designamos con la palabra “productor” generalmente al dueño de un emprendimiento productivo pero nunca al productor real a menos que se trate de un emprendimiento pequeño en el que ambas condiciones coincidan. Esta condición de “costo” que acompaña a la consideración del trabajador genera evidentes inconsistencias lógicas: si el valor de su trabajo aumenta (por ejemplo por el aumento del precio relativo del producto que elabora) su salario permanece igual, también podríamos decir lo inverso aunque la mayoría de las veces implicará un ajuste salarial o reestructuración del personal para mantener la “rentabilidad” del emprendimiento. Otra inconsistencia radica en que tomando a dos emprendimientos gemelos entre los cuales la única distinción fuera en que en uno los salarios fuesen más bajos que en otro diríamos que el primero es más rentable, más competitivo, es decir que, al no considerar la parte de la renta gastada en salarios como parte de la renta total de un emprendimiento, nuestra organización económica alienta a formas de explotación mayores. Esta dinámica es la que empuja al capitalismo a sus crisis cíclicas pues vulnera al mercado en cuanto mientras los salarios son siempre redirigidos a la producción retroalimentando un círculo virtuoso de crecimiento; la renta no lo es necesariamente, sobre todo en tiempos de crisis cuando alimenta mecanismos de renta parasitarios que profundizan el círculo vicioso de la recesión.
Hoy pese al aumento sostenido de la población –el cual es evidencia biológica de lo que sigue- la humanidad produce más alimentos y riqueza material per cápita que nunca en su historia. La tecnología potencia la productividad humana a niveles inconcebibles en el pasado y podemos intuir, si mantenemos la mente abierta, que los límites materiales de nuestro planeta no son los de la humanidad; un inconmensurable universo nos abre sus puertas y solo nos retrasa, en estas últimas décadas, nuestra obstinación por gastar nuestros recursos en guerras fratricidas e investigaciones o inversiones orientadas a generar consumos innecesarios y/o que generen dependencia –la bendita “rentabilidad”-. En las calles de nuestras ciudades escenas grotescas hablan de nuestra absurda irracionalidad: caballos y hasta hombres arrastrando carros con basura para reciclar circulan al lado de vehículos vacíos que podrían hacer el trabajo con más eficiencia multiplicando la productividad de quienes arrastran estos carros. O, aún peor, en Somalia se debate una hambruna horripilante mientras en varias partes del mundo los alimentos son destruidos para asegurar precios favorables. Hombres trabajan doce o catorce horas mientras otros no consiguen trabajo. Podríamos seguir pero el buen observador ya haReferer: http://admin.habitantas que a otros les parecerá algo natural, y les resultará “absurdo” el planteo de estas líneas aunque continuemos abundando en ejemplos: “no hay peor ciego…”.
Estamos en los preliminares del desenlace de una nueva crisis del Capitalismo que viene gestándose desde hace algunos años, probablemente la resolución de esta crisis lleve a pensar mecanismos de control financiero que excedan las jurisdicciones nacionales y el establecimiento de incentivos mundiales de inversión en la economía real. Pero también será otra gota –o quizá más que una gota- que erosionará la “normalidad” que reviste que una mujer o un hombre se “alquilen” para contribuir a un proceso productivo. El trabajo asalariado, aún con las mejoras y garantías de la legislación obtenidas luego de la gran Crisis del 29 y la instauración del Estado de Bienestar, continuará siendo, para quien se aventure a convertirse en observador ajeno, un absurdo: una mujer o un hombre alquilan su tiempo y cuerpo para que en el proceso productivo no se considere que ellos fueron los productores reales, cual si fueran marionetas, “herramientas que hablan” –definición jurídica del esclavo en Roma- si me permiten la traspolación. La participación en la ganancia de las empresas, resabio de la Constitución del 49´ que quedó integrado en el 14 bis, es la primera cristalización jurídica de un proceso de transformación ideológica que nos permitirá liberarnos de preconceptos naturalizados y absurdos a pesar de las resistencias de quienes se benefician de ellos. La potencialidad de este cambio a nivel local radica en la posibilidad de una política de ampliación de la demanda interna que permitirá el sinceramiento de los precios internos sin implicar arrastrar a la miseria a multitudes mientras que, a nivel mundial, existe una necesidad económica de proveer mercados robustos al tiempo que se degradan las divisiones políticas que permiten una competencia basada en la explotación diferenciada del trabajo. Estas son razones económicas para aceptar avanzar en esta dirección aunque me gustaría pensar que podemos superar el mero economicismo –expresión de nuestra animalidad con presunción de civilidad- que nos degrada últimamente y desarrollar todo el potencial de nuestra imaginación y nuestros valores que son la herencia de nuestra humanidad. Este cambio no se realizará en seguida aunque el debate actual sobre la participación en las ganancias de las empresas es inédito en cuanto por primera vez en la historia del Capitalismo es un tema que puede discutirse racionalmente a nivel institucional, cuestión que evidencia el debilitamiento del tabú. Este puede ser un primer paso en la abolición del alienamiento del trabajo humano que probablemente, cuando se logre, sea vivido como un proceso de liberación y empoderamiento aunque, probablemente también, inventemos nuevas formas de subordinación de unos sobre otros a menos que tengamos la madurez suficiente para construir una sociedad donde todos tengan un lugar que no sea al servicio forzado de otro. Yo tengo fe en la humanidad, no creo en los finales idílicos y eternos –al menos no en este mundo- pero si en la capacidad de cada generación para dejar un mundo un poco mejor del que heredó.

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